viernes, 30 de julio de 2010

El cuchillo de oro


El año pasado, en el Palacio del Cerro Castillo, Bachelet celebró su último
cumpleaños como presidenta.

Entre los numerosos invitados estaban Ricardo y Eduardo con sus respectivas
señoras.

A ellos se les asignó lugares de importancia que los dejaban enfrentados los
unos con los otros.

La Martita estaba asombrada por la elegancia y calidad de la vajilla, la
cristalería y la cuchillería.

“¡Mira Eduardo, qué maravilla! Debe ser lo que encargó la Gordi y que debe
haberle llegado justo a tiempo para su último cumpleaños en el palacio.
¡Como se está luciendo con esto! Fíjate en la cuchillería; tiene las
empuñaduras de oro macizo. Yo quiero llevarme de recuerdo por lo menos un
cuchillo.”

“¡Como se le ocurre, mijita! Eso no se hace.” Le dice su marido.

“Yo quiero uno, aunque sea el chiquitito para la mantequilla. No tengo donde
ponerlo, así que tómelo usted y guárdelo en el bolsillo de la chaqueta.”

“¿Se ha vuelto loca?”

“Déme en el gusto o saco en público el tema de su fideicomiso tuerto.”

Ante tal amenaza, Eduardo optó por tomar disimuladamente el cuchillito de
oro y lo puso sigilosamente dentro del bolsillo derecho de su chaqueta.

La Luisa se da cuenta. Para no ser menos, ataca a su marido con igual
solicitud. Este también la trata de loca. Sin embargo cuando su mujer lo
amenazó con sacar en público el tema de los ferrocarriles, el del jarrón, el
del Transantiago y el de las escorts que contrata cuando está solo en USA,
optó por complacerla. Sin embargo, por su edad, le tembló la mano y al
levantar el cuchillo pasó a llevar las copas de cristal, emitiendo un
tintineo que atrajo la atención de todos los asistentes.

Ricardo, de mente rápida como el rayo, se puso de pie tomando una copa:
“Quiero proponer un brindis por nuestra presidenta en este día tan especial,
por el éxito de su gobierno y de sus colaboradores.” Un coro generalizado
exclamó ¡salud!, levantando las copas.

La Luisa volvió al ataque apenas Ricardo se sentó. Por segunda vez el
tremulante cuchillito golpeó las copas llamando la atención de todos.
Ricardo se puso de pié y con la copa en la mano ofreció un brindis por la
señora Ángela, la madre de la Gordi, empleando palabras muy ceremoniosas.

Por tercera vez la Luisa obligó a su marido para que sustrajera el famoso
cuchillo. También se oyó el tintineo y todas las miradas se volvieron a
Ricardo.

“Esta vez, señores y señoras, no ofreceré un brindis. Los deleitaré con un
acto de magia. Haré desaparecer este cuchillo. Lo pondré en mi bolsillo y lo
tele transportaré a otro lugar.” Hace una serie de pases mágicos con las
manos hacia el frente y luego dice: “Eduardo, por favor, busca en tu
bolsillo y muestra a la concurrencia el cuchillito.”



Proverbio Picunche:

El zorro deja cinco huellas:

Cuatro de las patas y una de la cola.


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